Como periodista, me siento afortunada de poder analizar el futbol desde una perspectiva de atleta, un punto de vista menos crítico y mas solidario con los que están en el ojo del huracán.
A diferencia de mi familia, decidí construir mi carrera profesional lejos de las pistas de salto, pero no lejos del deporte. Un mecanismo de defensa para que no me robaran la pasión por los caballos con la que nací. Soy adicta a la adrenalina que me genera montar a un animal de quinientos kilos, poner mi vida en sus manos y confiar plenamente en mi compañero de equipo. El que me entiende más por los movimientos de mi cuerpo, que por lo que vocalizo.
¿Esto le sonará familiar a Neymar? ¿Así verá a Messi? Su compañero de otro planeta… Con el que no se comunica en castellano, ni en portugués, porque ellos se entienden mejor a través del lenguaje de los pies.
La relación entre un binomio ecuestre es similar a un equipo de futbol, uno no es nada sin el otro. Dos corazones con un solo pensamiento. Como el Barça, once mentes previendo movimientos de otro para trazar esa jugada que termina en gol, y deja a los casi cien mil espectadores boquiabiertos. La misma sincronización de pensamientos que tengo con mi caballo al saltar obstáculos que me ponen a tres metros sobre el suelo y me dan la sensación de que puedo volar. Como cuando grito ese gol a todo pulmón. Así.