Necesitábamos ese gol de Cavani para comprobarnos a nosotros mismos cuanto somos capaces de aguantar sin bajar la guardia, sin dejar de apoyar, sin dejar de creer.
Todo empezó el 14 de febrero, lo que parecía ser el perfecto día de los enamorados, terminó siendo una autentica pesadilla para esta familia de ‘culés’. Mi novio Iago, Barça Catalina, nuestra podenca y yo, arrancamos el día dando un paseo por Barcelona, los tres muy combinados en espera de ese partido de ida de octavos de la Champions.
No hace falta dar muchos detalles. El 4-0 del Paris Saint Germain sobre el FC Barcelona hizo que en esta casa todos nos acostáramos peleados y de mal humor. Supongo que de ahí salió la ocurrente declaración de Pique tras la remontada histórica en el Camp Nou: “Que los hospitales de Barcelona contraten enfermeras en nueve meses, porque hoy creo que se va a hacer mucho el amor”. Por supuesto, porque el día de los enamorados todos los ‘culés’ se quedaron secos, en todo sentido.
La siguiente mañana, amanecí con una resaca como si me hubiera ido de fiesta a celebrar el perfecto San Valentin, pero no. Intentaba verle el lado positivo a la situación, y como una de mis mejores amigas se casa en San Lucar el 3 de junio, mismo día que se jugará la Final de la Champions en Gales, yo me quitaba un peso de encima: “Pues ya no tendré el dilema de si ir a la boda o ir a Cardiff”, pensé. Mientras nos tomábamos el café, sin mencionar una palabra, yo pensaba, “le tengo que quitar la bandana del Barça a Barça (la perra)”, además de que estaba inmunda de barro del revolcón que se había dado el día antes en el Parc de la Ciutadella.
Iago ya iba de salida al trabajo cuando me dice, “no le quites la bandana a la perra, que hay que dejársela hasta el 8 de marzo para la remontada”, como si me hubiera leído el pensamiento. Aún no me había planteado la posibilidad de semejante hazaña, pues nunca se había logrado remontar un 4-0 en la historia de la Champions League. Pero inconscientemente sabía que si alguien era capaz de darle vuelta a ese marcador, eran Messi y compañía.
El tema se enterró hasta un par de días antes del miércoles 8 de marzo. El martes, Iago me pidió que le lavara la camiseta con la que ganamos la final en Berlin en el 2015, y sus calcetines de la suerte (del Barça, obvio). Con mi deficit de atención, obviamente se me olvidó y se armo el quilombo del siglo cuando llegó a casa en la noche. Le prometí que el miércoles temprano las lavaría y se las tendría listas para que se las pusiera en la noche para el partido. Claro que no se secaron a tiempo, pero igualmente se las puso.
Cuando vino a casa a comer el día del partido, me contaba un anécdota de un madridista que le había preguntado su pronóstico del partido mientras caminaba por la calle. “Le dije 6 a 1, y me respondió, muchos goles, no? y yo le dije, pues si le metimos 2-6 al Madrid en el Bernabéu, no son tantos goles. El tío se quedó mudo”. Después del partido le pregunté: “Apostaste, no?” Pues no… “Nen, la próxima vez, ‘put your money where your mouth is”. Esto es algo que llevo años intentando poner en practica yo misma, pero no soy muy apostadora. Terca como una mula, si, y muy intuitiva, pero me da miedo empavarla, (gafarla, salarla, como le digan).
A todas estas, Barça Catalina seguía con su bufanda inmunda mientras yo me vestía para irme al Camp Nou, con una mezcla de esperanza, ansiedad y resignación. Pensando, “no tenemos nada que perder, y no hay nada más peligroso en el futbol que un equipo que no tiene nada que perder”, tal y como lo dijo el mismísimo Andrés Iniesta la mañana del partido.
Entre el trafico, y la cantidad de gente intentando pasar las puertas de seguridad para entrar a la explanada del estadio, llegué en la raya. Empezaban a salir los jugadores al terreno de juego mientras se entonaba el himno de la Champions, y yo con la piel erizada y lágrimas en los ojos me metí directo a la grada justo encima de la Llotja Presidencial para escuchar el himno, un momento que no me deja de emocionar en cada partido de la UCL. Mientras les detallaba las caras de ansiedad mezcladas con concentración a Rafinha y Mascherano, me decía a mi misma: “es esto, es esto lo que me hace amar tanto el futbol”. Casi noventa y siente mil personas entonando El Cant del Barça, y desplegando una pancarta gigante que decía “TOTS AMB L”EQUIPE” (Todos con el equipo en Catalán).
Ahora, no les voy a hablar de lo que sucedió en exactamente 98 minutos de partido (90 + 8 de añadido entre el primero y segundo tiempo), porque el partido de ayer fue mucho más que futbol. Un partido no apto para incrédulos y hombres de poca fé. Lejos de ser uno de los mejores partidos del equipo de Luis Enrique, el FC Barcelona salió a por todas, con una fuerza mucho mayor que cualquier habilidad técnica, y claro que fue muy superior técnicamente que su rival, pero lo que ayer hizo que se lograra la histórica remontada en el Camp Nou fue magia pura.
El gol de Cavani hizo que se perdiera esa magia temporalmente, y muchos se resignaron, perdieron la fé, se levantaron de sus asientos y se fueron. No me quiero ni imaginar lo que estarán pensando hoy. Se deben odiar a sí mismos por perder la fe en el único equipo capaz de lograr una hazaña similar, de hacer historia ante nuestros propios ojos y regalarnos un partido de esos que se pasan de generación a generación. Un partido que forma parte de la historia viviente del futbol.
Me acordé mucho de la remontada contra el AC Milan en el 2013, pero esto fue mucho más. Incluso el 4-0 para conseguir el empate y prórroga no hubiese sido suficiente. Necesitábamos ese gol de Cavani para comprobarnos a nosotros mismos cuanto somos capaces de aguantar sin bajar la guardia, sin dejar de apoyar, sin dejar de creer. Pensé mucho en el Cholo Simeone, un gran técnico a quien admiro profundamente, me repetía sus palabras: “NUNCA DEJES DE CREER”, y aunque Diego es un hombre muy sabio que ha hecho que todos los colchoneros vuelvan a soñar y nunca dejar de creer, quien me lo demostró con hechos, una noche de marzo en el estadio de Les Corts fue el FC Barcelona.
Lección de vida para mi y para todos: Cuando creas que ya no puedes dar más, sigue dándolo todo, pues nunca sabes que tan cerca estés de lograr tu objetivo.
Hoy ya puedo lavar la bandana de mi perra, pero estoy tan emocionada que aún la lleva puesta, pobre. Ya se la voy a lavar.
Visca el Barça y visca todos los culés que nunca dejaron de creer.
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